Barcelona. España.- La final de la Copa del Rey estuvo viva hasta que Leo Messi quiso. Y eso fue hasta el minuto veinte. El mejor jugador del mundo cogió la pelota prácticamente en el medio del campo, escorado hacia el costado derecho, y fabricó una de las jugadas que quedarán para los anales de las finales. Poco le importó que su omnipresente guardián, Balenziaga, le pusiese el aliento en el cogote o que Beñat y Rico estuviesen al acecho para echar una ayuda. Les hizo el lío a los tres y se plantó en el área. Ahí fintó a Laporte para perfilar el balón hacia su mejor arma, la pierna izquierda, y hacer un golazo.
Si había algún tipo de esperanza para el Athletic ahí murió. Un gol de estas características es un golpe durísimo en lo futbolístico y en los psicológico. Si marcan este gol, qué no harán, pudieron pensar los jugadores del Athletic. La realidad fue que el plan de Valverde, con marcaje al hombre de Balenziaga sobre Messi, quedó dinamitado mucho antes de lo previsto. La presión en el campo del rival se esfumó mucho antes de lo esperado y el Barcelona se sintió mucho más cómodo. Los diez minutos de agobios para los azulgranas eran historia y el ciclón del Barcelona se activó.
Messi estaba más metido que nunca en el partido y de su trabajo defensivo llegó el segundo tanto azulgrana, que llevó la firma de Neymar, a puerta vacía (m. 36) despues de un pase de Luis Suarez que para nada egoista paso la pelota pudiendo encarar solo al portero. Antes, Herrerín, portero del Athletic, se encargó con sus extraordinarias paradas de dar vida a su equipo. Hasta que en la segunda parte, Leo Messi cazó un centro de Alves para hacer el tercero. Fue la rúbrica. Pese a todo, el Athletic no se rindió y William se llevó en forma de gol el premio del esfuerzo de su equipo y de sus compañeros.
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